Supón que vas a Italia y piensas que no vas a tener problema porque te encanta la pizza y el espagueti, pero después de una semana en Italia te empiezas a cansar de la comida local y buscas algo reconocible a tu paladar. No sé si te ha pasado pero a mí sí, es cuando empiezas a buscar algún restaurante de franquicia internacional, esperando que la comida te sepa familiar. Tal vez en tu ciudad casi nunca vas a McDonalds, por ejemplo, pero después de una semana en Italia o en Japón o antes si estás en Alemania, McDonalds te resulta de repente muy apetecible con tal de poner en tu paladar algo conocido, algo de tu ciudad.
A mí me pasa mucho incluso si viajo dentro de México, porque la comida y la sazón en Monterrey, mi ciudad natal es diferente a la comida y la sazón en el centro y en el sur del país. Las ensaladas, las sopas, las entradas principales y los postres son diferentes en cada región del país y en cada país.
Cabe aclarar que soy de las personas que come de todo y que me gusta probar cosas diferentes, pero lo que estoy tratando de subrayar es que las personas extrañamos el hogar, la comida, la cama, la gente y todo aquello a lo que estamos acostumbrados aún y cuando viajemos a un país más desarrollado. "Hogar dulce hogar" es una frase que comúnmente decimos al regresar de un viaje. Hay algo incluyendo la altura, la temperatura, la humedad, el horizonte, el olor, y la arquitectura de nuestra ciudad que reconforta. Creo que es algo común que nos pasa a todos, ese sentirse más relajado y reconfortado en un ambiente familiar.
En el capítulo 11 del libro de Números encontramos al pueblo de Israel viajando por el desierto y quejándose del maná, el alimento que Dios le envía gratuita y milagrosamente dos veces al día para el sustento de más de seiscientas mil personas. La gente se queja de no tener carne, y extraña la comida de Egipto. Algunos quieren volver aunque tengan que vivir como esclavos con tal de volver a comer la comida que probaban en Egipto.
Leemos en la Sagrada Escritura:
Las quejas del pueblo en el desierto
La turba de los advenedizos que se habían mezclado con el pueblo se dejó llevar de la gula, y los israelitas se sentaron a llorar a gritos, diciendo: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Cómo recordamos los pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos! ¡Ahora nuestras gargantas están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que el maná!».
El maná se parecía a la semilla de cilantro y su color era semejante al del bedelio. El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el de un pastel apetitoso.
De noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná. [1]
Ante estas quejas la respuesta de Dios no se dejó esperar:
Las codornices
Entonces se levantó un viento enviado por el Señor, que trajo del mar una bandada de codornices y las precipitó sobre el campamento. Las codornices cubrieron toda la extensión de un día de camino, a uno y otro lado del campamento, hasta la altura de un metro sobre la superficie del suelo. El pueblo se puso a recoger codornices todo el día, toda la noche y todo el día siguiente. El que había recogido menos, tenía diez medidas de unos cuatrocientos cincuenta litros cada una. Y las esparcieron alrededor de todo el campamento.
La carne estaba todavía entre sus dientes, sin masticar, cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo, y el Señor lo castigó con una enorme mortandad. El lugar fue llamado Quibrot Hataavá –que significa Tumbas de la Gula– porque allí enterraron a la gente que se dejó llevar por la gula. Desde Quibrot Hataavá el pueblo siguió avanzando hasta Jaserot, y allí se detuvo. [2]
Bueno, en este pasaje de la Biblia sucedió algo inesperado. Dios escuchó las quejas, incluyendo las quejas de Moisés que no están incluidas aquí pero puedes revisar tu mismo en la Biblia si te interesa ahondar más en esta reflexión. Después de escuchar las quejas llenas de ingratitud y de falta de fe, Dios literalmente inundó de carne al pueblo que se encontraba en medio del desierto.
El pueblo no tomó la ración que necesitaba como lo hacía con el maná, sino que trabajaron día y noche acumulando las codornices. A pesar de todos los milagros, de toda la ayuda que habían recibido de Dios para escapar de la esclavitud, para sobrevivir en el desierto y para no perderse y para no caer en manos de enemigos, a pesar de todo el pueblo se puso a acumular. Se ve que ni siquiera se repartieron las codornices equitativamente sino que cada uno tenía las que había recolectado.
Los que no pudieron aprender la lección murieron por la gula, los demás continuaron el camino. Tenemos que aprender a confiar en Dios y no en las cosas que poseemos. El avance que tendremos en el camino a la felicidad quedará truncado o postergado si nos detenemos en el camino y dejamos de avanzar con tal de acumular cosas. Nuestro destino es el cielo y allí no pueden entrar las cosas.
El pecado en el fondo es un acto de ingratitud para con Dios. El pecado es algo que no debemos acumular, es algo que debemos dejar atrás, aunque podamos sentir nostalgia del pecado. No te dejes llevar por sentimientos que te alejan de Dios. Mejor ponte en presencia de Dios, agradece sus dones, pide perdón y pide un nuevo corazón, un corazón santo que no tenga nostalgia más que de Dios.
[1] Num, 11, 4-9
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