Introducción.
Algunos conductores acaban con sus carros y con sus vidas por querer "ganarle al tren". Un pequeño error de cálculo inducido por las bebidas embriagantes tal vez y el conductor termina prensado como en la imagen.
Lo curioso es que son muchas las señales que avisan del próximo paso del tren. El silbato del tren al aproximarse a un cruce de vías y carretera es audíble varios kilometros a la redonda. Los semáforos y otras luces intermitentes avisan del peligro también.
¿Quién será el culpable?
- Tal vez la impaciencia del conductor que no soporta la espera de ver pasar cincuenta carros de ferrocarril.
- Probablemente la soberbia que hace a un conductor sentirse invencible y tomar riesgos mal calculados.
- Seguramente la gula que aconseja al conductor a beber más alcohol del que es prudente.
En la Sagrada Escritura leemos un pasaje acerca de un rey que vio como se acercaba una multitud ordenada de israelitas, avanzando como un tren y pretendía no dejarlos pasar. Aprendamos qué le pasó a ese rey y a su familia.
La conquista del reino de Sijón
26 Desde el desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con la siguiente propuesta de paz:
27 «Déjame pasar por tu país. Iré por el camino, sin desviarme ni a la derecha ni a la izquierda.
28 Véndeme las provisiones necesarias para comer, y darme también a cambio de dinero, agua para beber. Te pido solamente que me dejes pasar.
29 Como ya me han dejado los descendientes de Esaú, que viven en Seír, y los moabitas de Ar. Así podré cruzar el Jordán y llegar a la tierra que nos da el Señor, nuestro Dios».
30 Pero Sijón, rey de Jesbón, se negó a dejarnos pasar por su territorio, porque el Señor, tu Dios, había ofuscado su espíritu y endurecido su corazón, a fin de ponerlo en tus manos, como lo está todavía hoy.
31 Entonces el Señor me dijo: «He decidido entregarte a Sijón con todo su país. Empieza la conquista apoderándose de su territorio».
32 Sijón nos salió al paso con todas sus tropas, dispuesto a librarnos batalla en Iasá.
33 Pero el Señor lo puso en nuestras manos y lo derrotamos, a él con sus hijos y todas sus tropas.
34 Nos apoderamos de todas sus ciudades y las consagramos al exterminio, sacrificando a hombres, mujeres y niños, sin dejar ningún sobreviviente.
35 Nos reservamos como botín solamente el ganado y los despojos de las ciudades conquistadas.
36 Desde Aroer, en la ribera del Arnón –incluyendo la ciudad que está en el valle– hasta Galaad, no hubo para nosotros ninguna ciudad inexpugnable: el Señor. nuestro Dios, nos entregó todo.
37 Pero no te acercaste al país de los amonitas: toda la ribera del torrente laboc, las ciudades de la montaña y todos los lugares que el Señor, nuestro Dios, te había prohibido.[1]
Reflexión.
El plan de Dios para el hombre es lo que conocemos como la Historia de la Salvación. Esta Historia comienza desde que el hombre cometió el primer pecado y no ha terminado, sigue hasta nuestros días. No hay poder humano que pueda anteponerse al curso de esta historia, por lo que vale la pena conocerla un poco más para formar parte de ésta o al menos no atravesarse por sus vías y quedar aplastado como el automóvil con el tren.
En el Antiguo Testamento, la Historia de la Salvación se centra en la fundación de un pueblo elegido en la tierra prometida de donde surgió el Salvador definitivo de toda la humanidad. Cualquier reino, imperio o fuerza de la naturaleza que se interpusiera en los planes de Dios sufría las consecuencias de ser partido a la mitad, diezmado o eliminado completamente de la tierra.
En el Nuevo Testamento, la Historia de la Salvación se centra en la fundación de la Iglesia para llevar al Espíritu Santo a todos los bautizados a fin de que tenga vida espiritual plena en comunión con Dios. En los últimos dos mil años cualquier reino, imperio, ideología u horda de salvajes que ha tratado de acabar con la Iglesia se ha visto reducido al olvido y registrado sólo en las páginas de la historia universal.
Nadie puede tratar de destruir los planes de Dios sin morir en el intento. Quien se enfrenta a Dios muere a la vida de gracia y queda a merced de demonios que lo atormentan desde esta vida. Si se ha perdido la vida de gracia se ha perdido lo principal, porque el camino a la felicidad no se camina con los pies se camina con la gracia.
Petición final.
Pidamos a Nuestra Madre la prudencia y la sensibilidad que ella demostró para saber reconocer los planes de Dios, meditarlos, asimilarlos y apoyarlos con la propia vida.
Dios te bendiga.
[1] Deut, 2, 26 - 37
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