«Dios de los Padres y Señor misericordioso, que hiciste
todas las cosas con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre, para que dominara a
los seres que tú creaste, para que gobernara el mundo con santidad y justicia e
hiciera justicia con rectitud de espíritu:
dame la Sabiduría, que comparte tu trono, y no me excluyas
del número de tus hijos.
Porque yo soy tu servidor y el hijo de tu servidora, un
hombre débil y de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y
las leyes; y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la
Sabiduría que proviene de ti, será tenido por nada.
Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo y juez de
tus hijos y de tus hijas. Tú me ordenaste construir un Templo sobre tu santa montaña
y un altar en la ciudad donde habitas, réplica del santo Tabernáculo que habías
preparado desde el principio.
Contigo está la Sabiduría, que conoce tus obras y que
estaba presente cuando tú hacías el mundo; ella sabe lo que es agradable a tus
ojos y lo que es conforme a tus mandamientos.
Envíala desde los santos cielos, mándala desde tu trono
glorioso, para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es de tu agrado: así ella, que lo sabe y lo comprende todo, me guiará
atinadamente en mis empresas y me protegerá con su gloria.
Entonces, mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu
pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre.
¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse
una idea de lo que quiere el Señor? Los pensamientos de los mortales son indecisos y sus
reflexiones, precarias, porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma y esta
morada de arcilla oprime a la mente con muchas preocupaciones.
Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra, y lo
que está a nuestro alcance lo descubrimos con el esfuerzo; pero ¿quién ha
explorado lo que está en el cielo? ¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no
hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?
Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la
tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría,
fueron salvados». (Sabiduría 9)