domingo, 21 de noviembre de 2010

#51: Sangre inocente y de la otra.

La violencia en México ha escalado en los últimos años a niveles que mi generación y la de mis padres no habían conocido.  Igualmente están en aumento otros indicadores como:

  • homicidios per cápita,
  • secuestros, 
  • extorsiones, 
  • robos de vehículos, 
  • víctimas inocentes y
  • desempleo.  

Todo esto pinta un panorama complicado.

Ante esta realidad vemos diferentes acciones y actitudes por los partes involucradas.  El ejército está cazando a las bandas del crimen organizado.  Los grupos paramilitares se están adueñando de algunas carreteras y cobran peaje a los ciudadanos que quieran pasar.  Los narcotraficantes están atacando a grupos rivales y al ejército.  Las bandas de ladrones comunes aprovechan las prioridades de la autoridad para trabajar impunes.  Los cuerpos policíacos están desunidos por la desconfianza que hay entre unos y otros y de todos con la sociedad civil.  Los traficantes de armas venden a México cada vez más armamento y de más poder para acabar con la vida.  Los empresarios huyen a otros países en donde sus familias pueden estar seguras.  Los desempleados encuentran trabajo en las organizaciones criminales. La Iglesia pide por la paz en todas las misas y por la conversión de los grupos que han sembrado la violencia en nuestro país.

¿Cómo vamos a erradicar la violencia y la injusticia que genera como consecuencia?  La Sagrada Escritura nos da la pauta: tenemos que volver a Dios como sociedad para erradicar de nuestra tierra estos males.  El capítulo 19 del libro del Deuteronomio está dedicado a enseñar criterios de justicia a los jueces y a los gobernantes en materia de homicidio involuntario y voluntario, respeto a la propiedad privada y toca también el tema del perjurio.

A continuación incluyo el pasaje que toca el tema del homicidio.

Las ciudades de refugio y el derecho de asilo
1 cuando el Señor, tu Dios, haya extirpado a las naciones cuyo territorio te entrega, y cuando tú las hayas desposeido y vivas en sus ciudades y en sus casas,
2 deberás poner aparte tres ciudades en medio del territorio que el Señor, tu Dios. te dará en posesión.
3 Medirás convenientemente las distancias y dividirás en tres partes el país que el Señor, tu Dios te dará como herencia, para que allí pueda refugiarse el que haya cometido un homicidio.
4 Pero sólo en el caso siguiente: el homicida podrá salvarse huyendo a una de esas ciudades si mató a su prójimo involuntariamente, sin haberlo odiado antes.
5 Por ejemplo, si un hombre va a cortar leña al bosque en compañía de otro, y al empuñar el hacha para cortar un árbol, el hierro se suelta del mango y golpea a su acompañante, provocándole la muerte, el homicida irá a refugiarse en una de esas ciudades y así pondrá a salvo su vida.
6 Es preciso evitar que el vengador del homicidio persiga lleno de furor al homicida, lo alcance –ya que el camino es muy largo– y le quite la vida, siendo así que no es reo de muerte, porque nunca fue enemigo de su víctima.
7 Por eso te ordeno que pongas aparte esas tres ciudades.
8 Si el Señor, tu Dios, extiende tus fronteras como lo juró a tus padres, y te da toda la tierra que les prometió
9 –siempre que te empeñes en cumplir integramente el mandamiento que hoy te prescribo de amar al Señor, tu Dios, y seguir sus caminos– entonces, a esas tres ciudades les añadirás otras tres.
10 Así no se derramará sangre inocente en medio del país que el Señor, tu Dios, te da como herencia, y tú no te harás culpable de un derramamiento de sangre.
11 Pero si alguien, impulsado por el odio, tiende a su prójimo una emboscada, y arrojándose sobre él, lo hiere mortalmente, y luego va a refugiarse en una de esas ciudades,
12 los ancianos de su ciudad lo harán apresar y lo pondrán en manos del vengador del homicidio, para que muera.
13 No le tendrás compasión, sino que harás desaparecer de Israel todo derramamiento de sangre inocente. Así serás feliz.[1]

El homicidio no está en el corazón de Dios, pero el hombre que alberga al odio en su corazón está en peligro de convertirse en homicida.  Dios ama a todos sus hijos y no quiere víctimas inocentes.  Por eso es importante que aprendamos a perdonar y a tener compasión, las personas merecen un juicio justo, un tiempo adecuado para investigar si el acusado es culpable o inocente.

La muerte de un inocente no sólo afecta a una persona sino que afecta a toda la sociedad.  La violencia resta al indicador general de felicidad de la sociedad.  Una sociedad feliz debe de tener estructuras de justicia que tengan su fundamento en la visión cristiana del hombre.

La tierra que Dios te ha dado en lo individual para que seas feliz es tu espíritu.  Dios quiere vivir en tu corazón, quiere que tu seas templo del Espíritu Santo.  Para que puedas ser feliz debes de erradicar sin compasión el odio y la ira de tu corazón.  No hay cabida para el pecado en tu vida si realmente quieres ser feliz.

Pidámosle a la Santísima Virgen María que nos ayude a integrarnos como sociedad y que así como ella formó la primera comunidad de cristianos, así nosotros formemos una verdadera comunidad que sepa erradicar la violencia.

Dios te bendiga.

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