miércoles, 24 de noviembre de 2010

#54: Las mejores estrategias del ajedrez


Cuando juego ajedrez procuro al principio fortalecer mi posición defensiva.  En el desarrollo del juego van surgiendo debilidades en la posición de mi contrincante y una vez que puedo organizar un ataque doble o triple, o un intercambio ventajoso entonces ataco decididamente.  Un ataque bien pensando deja débil al contrario y cuando quiere contra atacar se enfrenta a mi defensa bien preparada y sólo consigue intercambiar piezas que lo debilitan aún más.

Así es el ajedrez;  es un juego que se gana explotando las debilidades del rival, manipulando sus movimientos para que su único movimiento posible no le beneficie en el juego.  Es un juego de estrategia, pero finalmente es sólo un juego, no se daña al contrincante, aunque a lo mejor le duela un poco el orgullo.

¿Qué tal si extrapolamos estas tácticas del ajedrez a la convivencia social?  ¿Son válidas las mismas premisas? ¿Podemos aprovecharnos de los débiles para nuestro propio beneficio sin temer alguna represalia?  ¿Podemos borrar del tablero de la vida a nuestros colegas y competidores sin pensarlo dos veces? Intuyo que la respuesta a todas estas preguntas es no.

El libro del Deuteronomio es rico en contenido y abundante en ejemplos de cómo regir nuestra conducta en sociedad.  Estas antiguas reglas recopiladas en este libro buscaban formar una civilización en donde reinara la justicia.  El pasaje que incluyo a continuación está al final del capítulo veinticinco.  

Hagamos una pausa en la lectura y pidamos luz al Espíritu Santo antes de continuar.

El castigo de Amalec
17 Recuerda lo que te hizo Amalec cuando ustedes iban por el camino, después que salieron de Egipto:
18 cómo te salió el paso y atacó por la espalda a todos los que se habían quedado a la retaguardia, agotados por el cansancio. Entonces tú estabas fatigado y sin fuerzas, pero él no tuvo temor de Dios.
19 Por eso, cuando el Señor, tu Dios, te libre definitivamente de todos los enemigos que están a tu alrededor, en la tierra que él te dará en herencia, borrarás de todas partes el recuerdo de Amalec. ¡No lo olvides![1]

Reflexión.


La convivencia social debe de estar perfeccionada por el temor de Dios.  El temor de Dios bien entendido es un rechazo, inspirado por el Espíritu Santo, que nace del corazón humano hacia cualquier acción en la que se ponga en riesgo ofender a Dios o causarle cualquier pesar a su Sagrado Corazón.  En otras palabras es temor de ofenderle, como puedes tener temor de dañar a tu hijo pequeño recién nacido.  


La relación con Dios es algo sumamente íntimo, puro y delicado.  El temor de Dios, por tanto, es una virtud que conviene al alma para estar vigilantes y conservar la vida de gracia.


La conducta de caridad para con el prójimo es producto del temor de Dios.  Los débiles, los indefensos, los pobres, los niños y los ancianos, las personas de capacidades diferentes y todas los seres humanos somo muy valiosos para Dios, tanto que Él quiso hacerse hombre y morir por nosotros para que pudiéramos acceder al cielo.  Piensa que si somos tan importantes para Dios entonces debemos por amor tratar bien a todos.


Es muy importante aprender a ver a Cristo en el prójimo porque al final de la vida tendremos que dar cuentas de la calidad del trato que dimos a las personas. El católico, por lo tanto, no debe de progresar por cualquier medio.  El católico debe de procurar honestamente lo que necesita cada día y anhelar el cumplimiento de la voluntad de Dios en su vida.  Esto lo han entendido mejor los santos y podemos recurrir a sus enseñanzas para hacerlas vida.


Pidamos a María Santísima que interceda por nosotros y nos enseñe con su ejemplo a ser bondadosos.


Que Dios te bendiga.


[1] Deut, 25,  17-19

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