Recuerdo que de niño los viajes a la frontera se me hacía muy largos. En aquellos tiempos, que tampoco hace tanto pero como quiera ya pasaron más de treinta años, no existía la tecnología para ver películas en el automóvil. Cuando viajaba con mis papás y mi hermana a la frontera en carro nos entreteníamos con juegos sencillos y con canciones que nosotros mismos cantábamos. Por supuesto que cada veinte minutos mi hermana o yo le preguntábamos a mi padre: "¿Ya vamos a llegar?" Y Mi padre siempre contestaba lo mismo: " En veinte minutos."
Las cuatro horas o más de viaje ponían a prueba mi paciencia y en varias ocasiones mi tendencia al mareo por movimiento. Las paradas no programadas eran rutinarias ya sea porque mi hermana o yo necesitamos calmar el estómago. Hubiera sido más práctico llevar siempre bolsas para vomitar pero por alguna razón, (a lo mejor la esperanza de mi madre de que la vez anterior fue la última), pero nunca íbamos preparados y más de una vez ensuciamos el auto de mi padre.
Afortunadamente ahora que soy padre, mis hijos se vieron beneficiados en el intercambio genético y obtuvieron de mi esposa un buen estómago para viajar tanto en coche como en avión sin problemas. De mi heredaron la misma pregunta: "¿Ya vamos a llegar?..... ¿Ya vamos a llegar?"
Este comentario me sirve de preámbulo a la reflexión de hoy. En el mismo capítulo 21 del libro de Números que reflexionábamos ayer podemos encontrar el siguiente pasaje:
La serpiente de bronce
Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edom. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!». Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: «Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes». Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: «Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado». Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.[1]
En el camino a la felicidad necesitas desarrollar la virtud de la paciencia. La vida es suficientemente larga como para perder paciencia en algún momento y ésta pérdida de paciencia te pone en riesgo de faltar a la caridad con el prójimo y de faltar a la gratitud con Dios. En este pasaje contemplamos al pueblo de Israel que debe su libertad, su sustento, su seguridad, su alimento y su supervivencia a Dios de la misma manera que tú y yo hoy en día, pero mucho más visible, tangible, audible y sensible. Dios ha elegido a este pueblo y en las primeras décadas de la fundación de su pueblo elegido los acompaña de manera especial.
El pueblo pierde la paciencia y peca. Su pecado es renegar de Dios. El cansancio, el aburrimiento, el tedio del mismo paisaje y la misma comida y de caminar todos los días han hecho que pierdan la confianza en el plan de salvación que Dios tiene para ellos. Comienzan a pensar que si se alejan de Dios que si abren un poco la posibilidad a otro tipo de vida entonces van a estar mejor.
Dios como que se retira un paso de ellos, o más bien ellos se retiran de Dios. Inmediatamente comienzan los problemas y los peligros. La gente empieza a sufrir enfermedad y muerte. En este pasaje se describe el sufrimiento de forma física, pero fácilmente podemos hacer la siguiente analogía. La impaciencia te puede llevar al relajamiento de otras virtudes como la lealtad y la fidelidad a Dios, y te puede llevar incluso a perder la vida de gracia.
Debemos tú y yo mejor comenzar cada día agradeciendo el camino que Dios nos tiene caminando, con la confianza de que es el camino más directo al cielo, a tu felicidad eterna. Dios sabe mejor que tú lo que te conviene para alcanzar esta meta. Una meta trascendental, no sólo para ti, sino también para los que vendrán después de ti, con tu intercesión. Me refiero a la comunión de los santos. El esfuerzo que haces para llegar al cielo no sólo es por ti, es por tu hijos y todos tus descendientes.
El resto del pasaje describe una serpiente de bronce puesta sobre un asta que cura a los que la ven. Esta figura en nuestros tiempos se ha reemplazado por otra infinitamente más perfecta y significativa, me refiero al crucifijo. Cristo crucificado es la señal de la salud del cuerpo y del alma bajo la Nueva Alianza.
Le pido a Dios y es mi más profundo deseo, que todos los que se acerquen al crucifijo y le besen los pies queden curados de su impaciencia y renovados en su propósito de caminar hacia su felicidad eterna. ¡Aumenta nuestra fe Señor!
[1] Num, 21, 4-9| No sé si ya te habías dado cuenta pero si haces clic en esta referencia bíblica se abre la página de la Biblia en español del Vaticano en Internet.
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