Las avenidas no sólo tienen carriles para transitar, también hay semáforos, banquetas y límites de velocidad claramente señalados y establecidos. Los semáforos cambian de color para indicarnos si podemos avanzar o detenernos. Las banquetas nos permiten orillarnos y además hacen que las llantas del vehículo se golpeen en caso de que nos estemos quedando dormidos y sin querer nos estemos saliendo del carril. Los límites de velocidad muestran la velocidad máxima prudente para el tipo de camino o el tipo de cruces de peatones o ganado que pueda haber cerca.
El conductor que no obedece los semáforos y los límites de velocidad y que conduce por las banquetas como si fuera la carretera principal corre riesgo de sufrir un accidente, incluso de perder la vida y poner en grave peligro la vida de los acompañantes. Hay incentivos para no obedecer como la prisa, la impaciencia, el mal tiempo, el tráfico y a veces uno o dos niños que dentro del vehículo no dejan de gritar. El conductor prudente se sabe sobreponer, el otro tipo de conductor se arriesga.
En la Sagrada Escritura leemos este pasaje:
El conductor que no obedece los semáforos y los límites de velocidad y que conduce por las banquetas como si fuera la carretera principal corre riesgo de sufrir un accidente, incluso de perder la vida y poner en grave peligro la vida de los acompañantes. Hay incentivos para no obedecer como la prisa, la impaciencia, el mal tiempo, el tráfico y a veces uno o dos niños que dentro del vehículo no dejan de gritar. El conductor prudente se sabe sobreponer, el otro tipo de conductor se arriesga.
En la Sagrada Escritura leemos este pasaje:
El castigo de la infidelidad
El Señor respondió: «Lo perdono, como tú me lo has pedido. Sin embargo –tan cierto como que yo vivo, y que la gloria del Señor llena toda la tierra– ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los prodigios que realicé en Egipto y en el desierto, ninguno de los que ya me han puesto a prueba diez veces y no me han obedecido, verá la tierra que prometí a sus padres con un juramento; no la verá ninguno de los que me han despreciado. En cuanto a mi servidor Caleb, por estar animado de otro espíritu y haberse mantenido fiel a mí, lo llevaré a la tierra donde ya entró una vez, y sus descendientes la poseerán. Pero como los amalecitas y los cananeos ocupan el valle, den vuelta mañana y partan para el desierto por el camino del Mar Rojo».
Luego el Señor dijo a Moisés y a Aarón:
«¿Hasta cuándo esta comunidad perversa va a seguir protestando contra mí? Ya escuché las incesantes protestas de los israelitas. Por eso, diles: «Juro por mi vida, palabra del Señor, que los voy a tratar conforme a las palabras que ustedes han pronunciado. Por haber protestado contra mí, sus cadáveres quedarán tendidos en el desierto: los cadáveres de todos los registrados en el censo, de todos los que tienen más de veinte años. Ni uno solo entrará en la tierra donde juré establecerlos, salvo Caleb hijo de Iefuné y Josué hijo de Nun.[1]
Este pasaje es un extracto del capítulo 14 del libro de Números. En este capítulo Caleb y Josué ya han regresado de un viaje de exploración de 40 días de la tierra prometida y han visto que es un lugar muy bueno para fundar una nación salvo por la presencia de numerosos pueblos ya establecidos allí. El pueblo de Israel teme morir en uno o varios enfrentamientos al ingresar en esta tierra y prefieren regresar por el desierto a Egipto. Antes que perder la vida en guerra prefieren volver a la esclavitud. Se les olvida que si Dios no les alimenta de forma milagrosa todos los días no podrán llegar a Egipto de regreso. El sentimiento del pueblo es de tan fuerte rechazo a los planes de Dios que incluso se proponen a matar a Moisés y a Aarón pero estos profetas se salvan por la intercesión de Caleb y de Josué.
El castigo de Dios, si se le puede llamar así, fue ordenar el regreso al desierto, no para volver a Egipto sino para que pasaran el resto de sus vidas en el desierto hasta que todos los adultos murieran y sólo los jóvenes tuvieran acceso a la tierra prometida. El pueblo de Israel rechazó este nuevo plan, y los adultos se lanzaron a la guerra contra los pueblos del valle, pero sin la intervención milagrosa de Dios, indispensable para vencer a estos pueblos mejor equipados y más numerosos. Al final todos los que no obedecieron las señales y las órdenes de Dios murieron.
Dios no los mató. Dios armó un plan alternativo para que sobrevivieran. Los hombres rechazaron el plan de Dios y murieron. Unos cuantos adultos fieles a Dios tuvieron que hacerse cargo de una multitud de viudas y huérfanos.
Recuerda entonces que Dios puede ver tu vida hacia adelante con una visión infinitamente más lejana. Desde la vista de Dios el ve claramente lo que te conviene, para que cuando llegue el momento decisivo de tu examen de vida puedes acceder a la nueva tierra prometida, aquella a la que ganamos acceso por el sacrificio de Cristo, el paraíso, el cielo.
[1] Num, 14, 20-30|
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