jueves, 25 de noviembre de 2010

#55: Los vecinos y la envidia



Las familias que viven en los hogares aledaños al tuyo son tus vecinos.  Ellos comparten contigo lo bueno y lo malo que le suceda a tu colonia.  Sus hijos juegan con tus hijos.  Sus esposas platican con tu esposa.  Así a través de los años vas tejiendo una relación con tus vecinos que puede perdurar incluso si se cambian a vivir a otra parte.


Así como la relación con los vecinos te puede traer muchas experiencias agradables también puede tener sus sinsabores.  Muchos males, algunos graves pueden venir a tu vida si no cuidas la relación con tus vecinos.  En especial debes de estar atento a tus disposiciones interiores porque la envidia y sus consecuencias tienen su campo natural de crecimiento precisamente en las relaciones con tus vecinos.


Fíjate, a nivel continente las guerras suelen ser entre países vecinos.  A nivel país, las disputas por derechos a los recursos como el agua suelen ser entre estados vecinos.  A nivel estado, la competencia por atraer inversiones extranjeras suele ser más intensa entre ciudades vecinas.  A nivel del área metropolitana, las gestiones para tratar de que otro municipio se haga cargo por ejemplo de la basura o de albergar indeseables se discuten entre municipios.


Podemos así seguir bajando el rango y analizar a nivel municipio como una colonias pueden tener conflicto con otras con respecto a temas como la vialidad y la seguridad.  Finalmente a nivel de colonias la convivencia entre vecinos puede ser armoniosa o conflictiva según si sabemos ser buenos vecinos o no.


La mala convivencia con los vecinos es fácil de justificar, por ejemplo diciendo que la culpa la tiene el otro porque me trató mal o que me cae mal, o que no me importa, etc.  Como católicos debemos analizar más a fondo si hemos dejado que la envidia entorpezca el trato caritativo y respetuoso como el que les corresponde a los vecinos.  No hay más prójimo que le vecino después de tu familia, y San Pablo nos enseña que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley.[1]


La envidia que se deja enraizar y crecer puede llevarnos a cometer actos que no corresponden a un buen vecino ni a un buen ciudadano.  En la Sagrada Escritura encontramos una lista de doce severas advertencias en contra de actos que resultarían en la condenación divina y el repudio social para aquel que  los cometiera.  A continuación la incluyo; está tomada del libro del Deuteronomio.

Las doce maldiciones

14 Los levitas tomarán la palabra y dirán en alta voz a todos los hombres de Israel:
15 Maldito sea el hombre que hace un ídolo tallado o de metal fundido –abominación para el Señor, obra de un artesano– y lo guarda en un lugar oculto. Y todo el pueblo responderá: Amén.
16 Maldito sea el que menosprecia a su padre o a su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén.
17 Maldito sea el que desplaza los límites de la propiedad de su vecino. Y todo el pueblo responderá: Amén.
18 Maldito sea el que aparta a un ciego del camino. Y todo el pueblo responderá: Amén.
19 Maldito sea el que conculca el derecho del extranjero, del huérfano o de la viuda. Y todo el pueblo responderá. Amén.
20 Maldito sea el que se acuesta con la mujer de su padre, porque de esa manera descubre el borde de la manta de su padre. Y todo el pueblo responderá: Amén.
21 Maldito sea el que se acuesta con un animal. Y todo el pueblo responderá: Amén.
22 Maldito sea el que se acuesta con su hermana, la hija de su padre o de su madre. Y todo el pueblo responderá: Amén. 
23 Maldito sea el que se acuesta con su suegra. Y todo el pueblo responderá: Amén.
24 Maldito sea el que mata ocultamente a su prójimo. Y todo el pueblo responderá: Amén.
25 Maldito sea el que se deja sobornar para quitar la vida a un inocente: Y todo el pueblo responderá: Amén.
26 Maldito sea el que no respeta ni cumple las palabras de esta Ley. Y todo el pueblo responderá: Amén.[2]

Reflexión.

Una buena persona no hace de repente estas cosas.  Primero empieza con la envidia, comienza a querer poseer lo que ven sus ojos a diario.  Después deja de ayudar a su vecino aún cuando puede hacerlo. Después lo deja de saludar y le hace caras o lo ignora.  En su mente envidiosa, el vecino ya no es su prójimo, ahora es su enemigo.  Una vez que ve a su vecino como enemigo entonces lo perjudica.  Aquella persona que se consideraba buena se encuentra un día avergonzado de sus actos, carcomido por el odio y amargado por toda la cadena de malas experiencias con el vecino.

El remedio para la envidia tiene dos pasos.  El primer paso es aprender que todos tenemos una cruz y ese vecino que me provoca envidia también tiene una cruz, porque Dios quiere atraer hacia sí a todos sus hijos. La cruz que Dios nos da es el camino particular, único e irrepetible que cada quien tenemos para llegar a Él.  Mi cruz es ligera en algunos aspectos y pesada en otras maneras.  La cruz de mi vecino es ligera en donde mi cruz es pesada pero seguramente es pesada en donde mi cruz es ligera.  Porque Dios reparte sus dones a todos sus hijos: a unos dones materiales, a otros espirituales, y a otros intelectuales. Tal vez pienses que hay quién los tiene todos, pero esa persona tiene que cargar con el peso de un mayor compromiso ante Dios.

El segundo paso es hacer una oración mental por mi vecino.  Pídele a Dios que bendiga y prospere y ayude a tu vecino.  Si haces esto tendrás paz y tu corazón no sufrirá de envidia y estarás lejos de hacer actos de los que te puedas avergonzar o arrepentir.

Cuida también tus ojos, es mejor enfocarlos en la contemplación de las cosas que te hacen bien, como las verdades eternas, para que no vuelva a nacer la envidia en tu corazón.


Pidamos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros y nos enseñe a vivir de tal manera nuestra vida que podamos ser benditos.


Que Dios te bendiga.


[1] Rom, 13, 8
[2] Deut, 27,  14-26

No hay comentarios:

Publicar un comentario