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n los caminos, a falta de señales y números claros, suele haber sitios de referencia con los que podemos explicar a otros cómo llegar a determinado lugar. Por ejemplo, podemos mencionar los comercios que hay cerca, como una gasolinera, o describir un edificio por el color de la barda o de la reja, también podemos señalar algo que describe en particular un lugar como la presencia de un parque o una estatua conocidos. Es poco probable que utilicemos de referencia a un ser vivo, ya que por su naturaleza está en constante movimiento. Por ejemplo: si me dan como referencia un vendedor de periódico, puede ser mala señal ya que en un día en particular puede no estar en su esquina por enfermedad o cualquier otra razón.
A través de los siglos, incluso los nombres de las calles y los edificios dejan de servir como referencias seguras para encontrar un lugar. Ni siquiera las montañas son seguras porque cambian de nombre a través de los siglos, a menos que sepamos su posicionamiento global exacto y que descartemos el desplazamiento del continente entero. Para trazar un camino con referencias seguras que subsistan a través de los siglos y milenios debemos escoger como referencia aquello que no cambia y lo único que no cambia es Dios.
Lo único que podemos utilizar como referencia siempre válida para llegar a la felicidad es a Dios, por eso siglos más tarde Cristo dirá: Yo soy el camino...[1] Pero me estoy adelantando y es que la belleza de esta verdad merece una probadita anticipada. Mi razón para escoger a la Biblia como referencia principal para encontrar el camino a la felicidad va en la misma línea de preferir referencias seguras, ya que el mismo Cristo aseguró: el cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán.[2]
[1] Jn, 14, 6
[2] Mt, 24, 35
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