miércoles, 20 de octubre de 2010

#19: Aprovecha la oportunidad de liberarte.

Cuando salimos de casa con prisa puede ocurrir que se nos olvide algo importante y que no haya tiempo para regresar por ese objeto.  Si el objeto es esencial no hay más remedio que regresar, aún poniendo en riesgo la llegada a tiempo, por ejemplo para subir a un avión antes de que despegue.  En cambio si el objeto es importante pero podemos salir sin este, entonces lo más probable es que lo dejemos en casa.

El hecho de dejar objetos atrás o de no tener tiempo de prepararnos debidamente o de no tener tiempo de despedirnos, todo esto por la prisa, nos provoca cierta tensión adicional a la que ya tenemos en la vida diaria.  Esta tensión provocada por la prisa puede hacernos sentir menos felices de repente.

No toda tensión es mala o contraria a la felicidad. La tensión buena prepara nuestro cuerpo para correr o quedarnos a luchar.  Es una reacción que heredamos de nuestros ancestros, los cuales tenían encuentros más frecuentes con animales salvajes.  Ante una situación de peligro, como estar delante de un animal salvaje en actitud amenazante, tenían que decidir rápido si correr o quedarse a luchar. 

En esta situaciones el cerebro recibe imágenes y sonidos que interpreta como peligro y responde de manera que todo el cuerpo se tensa. Este condición de alerta nos agudiza los sentidos, disminuye la sensibilidad al dolor y prepara los músculos para ayudar a la persona a sobrevivir de una situación peligrosa.

Lo mismo sucede si vemos televisión.  Una película de acción o de terror por ejemplo nos estimula con imágenes y sonidos que el cerebro puede interpretar como peligro y hacer que el cuerpo se tense igual que si el peligro fuera real.

A nivel espiritual también podemos tener un sentido de urgencia. Un fuerte anhelo o una gran esperanza nos puede mover aún cuando el cuerpo está cansado.  Los boxeadores le llaman a esto tener corazón.  Cuando un boxeador no es más hábil ni más rápido ni más fuerte que su contrincante, pero tiene más voluntad de ganar, más corazón, entonces puede aguantar más tiempo e incluso ganar.

En la Sagrada Escritura en el libro del Exodo, capítulo 12, los israelitas, guiados por Moisés, se prepararon para dejar la esclavitud y salir de Egipto.  Antes de partir debieron de sobrevivir a una última plaga que Dios envió a los egipcios.  Esta plaga causó la muerte de todos los primogénitos de hombres y animales de los hogares que no celebraran la cena de Pascua según las indicaciones precisas de Dios, transmitidas por Moisés a su pueblo.

Como consecuencia de esta plaga, en la misma noche en la que sucedió, el Faraón dio la autorización a Moisés para salir y llevarse a todos los esclavos con sus familias y posesiones.  Los israelitas salieron de prisa llevándose sus ganados y lo que podían cargar.  No tuvieron tiempo de ponerle levadura a la masa ni de cocinar el pan.[1]  Se llevaron la masa envuelta en mantas para aprovecharla más adelante por el camino.

Los israelitas no lograron liberarse de su condición de esclavos por una revuelta popular.  No compraron su libertad con sus propios recursos tampoco.  La liberación no fue consecuencia de un éxito militar, ni de luchas internas entre facciones políticas, ni por invasiones de imperios extranjeros.  Sólo mediante la intervención directa de Dios, pudieron los israelitas salir de Egipto y caminar hacia lo que sería su propia nación, donde tendrían libertad y tierra propias.

El camino a la felicidad empieza con un viaje para dejar la esclavitud, conservando lo esencial y dejando lo demás que no podamos cargar.  Es un caminar alejándose de una vida indeseable, aprovechando la oportunidad cuando se presenta, pues a lo mejor no se vuelve a presentar.  El alma en el camino a la felicidad va huyendo de la esclavitud del pecado, lleva las buenas experiencias y los aprendizajes del pasado y sigue a los pastores designados por Dios en el presente, hacia el lugar que sugiere nuestra esperanza.  Un lugar de felicidad que nunca se acaba.

Esta liberación de la esclavitud del pecado no se logra sólo con méritos o esfuerzos propios sino principalmente por la acción de Dios en nuestro interior y en las circunstancias que nos rodean.  La próxima vez que tengas la oportunidad, acércate al confesionario y libérate de todo lo que estás cargando y que no te deja ser feliz.


[1] Ver Ex, 12, 39

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