Un fenómeno presente en las ciudades más pobladas del mundo es el tráfico. Los vehículos particulares y diferentes medios de transporte de carga y pasajeros llenan cada metro cuadrado del camino asfaltado. La distancia que a velocidad moderada tardaría un conductor diez minutos en recorrer, se vuelve un trayecto a vuelta de rueda de una o dos horas.
Los carriles libres se vuelven escasos y la competencia entre los conductores por pasar primero pronto puede hacer que se ausente la cortesía y las buenas maneras como por ejemplo: ceder el paso. Sonar el claxon, aventar el chasis del auto y obligar a los otros conductores a dejarte pasar primero son actividades comunes del que está harto del tráfico.
La rivalidad en el camino se puede tornar en odio cuando reiteradamente se tienen problemas, por ejemplo, con conductores que manejan un tipo particular de vehículo como los autobuses, los taxis o los camiones de basura. Las ambulancias que antes suscitaban consternación e incluso una jaculatoria espontánea en favor de la víctima, ahora pueden provocar envidia porque navegan por el tráfico a gran velocidad y todos le ceden el paso.
Abrirnos paso por el camino para llegar a donde tenemos que ir es parte del reto de vivir cada día. En el camino a la felicidad también tenemos que abrirnos paso pero contamos con una gran ayuda si somos fieles a Dios. Leemos en la Sagrada Escritura : Ya estoy enviando a mi Ángel delante de ti para que te proteja en el viaje, hasta introducirte en el lugar que te he preparado.[1] Esta promesa se la hizo Dios a Moisés después de enseñarle el Decálogo y el Código de la Alianza , que son los mandamientos y las primeras leyes de convivencia humana que Dios regaló a su pueblo escogido.
Esta protección divina se ofrece a cambio de ser fiel a los deseos de Dios. Lo que Dios le ofreció a Moisés como protección incluía bendiciones, salud, fecundidad, paz, y seguridad. Dios no sólo quiso abrirle paso a su pueblo sino mejorar notablemente su condición de vida en cada paso hacia la tierra prometida.
Si bien pudiéramos argumentar que con libertad interior ninguna adversidad nos puede arrebatar la felicidad, no cabe duda que esta protección divina se acerca más a un ideal de felicidad. Dios sabe lo que necesitamos para ser felices y aunque podemos ser felices sin algunas de estas cosas, es mejor tenerlas, y para tenerlas debo ser fiel a la Persona amada, fiel a Dios.
Date cuenta que el hecho de ser infiel a Dios tiene consecuencias negativas para tu felicidad.
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