A veces lo mejor de un viaje, aún y cuando nos haya ido mal, es regresar y contarles a los amigos y familiares cómo nos fue. Las risas y carcajadas que nacen de nuestras anécdotas, los sentimientos, la empatía y las anécdotas cruzadas de otros viajes y de otros tiempos nos acercan unos a otros, nos ayudan a conocernos y valorarnos más y mejor.
Cualquier detalle diferente a la vida diaria puede ser material para una anécdota. A lo mejor en el viaje conocimos a personas de aspecto diferente o de oficio poco común. Tal vez comimos un platillo que nunca antes habíamos probado o visitamos un edificio con obras de arte únicas. Cómo último recurso siempre podemos comentar acerca de las prisas, el clima o las carencias que tuvimos que soportar en el viaje.
Las evidencias que apoyan nuestras anécdotas son bien recibidas. Cualquier:
· foto,
· objeto,
· documento,
· folleto,
· mapa
o similar que podamos mostrar ayuda a los demás a asimilar nuestra historia, disfrutarla y aprender algo nuevo o interesante. Tenemos a nuestra disposición todo tipo de instrumentos que nos ayudan ahora a grabar un registro incluso en video de nuestras experiencias, y no tenemos que esperar a regresar del viaje, ya que podemos subir al Internet nuestros archivos, fotos y videos para compartirlos con otras personas y redes sociales completas.
En la Sagrada Escritura llegamos a un relato en el que Moisés recibe en el desierto a su suegro y que éste le trajo a su esposa y a sus hijos. Leemos que Moisés “le contó a su suegro todo lo que Yahvé había hecho a Faraón y a los egipcios para bien de Israel, todas las dificultades que encontraron en el camino y cómo Yahvé los había librado.”[1] Y seguido de este versículo leemos que su suegro “Jetró se alegró mucho al oír todos los beneficios que Yahvé había hecho a Israel cuando los sacó del poder de los egipcios.”[2]
Las anécdotas que compartimos de nuestra experiencia con Dios en la vida suelen transmitir alegría a los que escuchan. A esta acción de compartir estas experiencias le llamamos dar testimonio, ya que mediante nuestras palabras nos hacemos testigos de la obra de Dios en la vida de los seres humanos. Este testimonio ayuda a fortalecer la fe, la esperanza y la alegría, porque todas éstas son consecuencia de la presencia de Dios entre nosotros.
El camino a la felicidad por lo tanto es un camino que se comparte. El compartir con humildad lo que Dios ha hecho por nosotros, y recibir de otros lo que Dios ha hecho por cada uno, ayuda a alimentar recíprocamente la magnanimidad y la longanimidad. La magnanimidad es una virtud que nos ayuda a emprender grandes obras y la longanimidad es otra virtud que nos ayuda a llevar estas obras a término. La obra principal en el camino a la felicidad es nuestra salvación eterna y es una obra más grande que nuestras fuerzas y de duración tan larga como nuestra vida terrenal.
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