Regresando al relato de José, está escrito que José regalo a sus hermanos un vestido a cada uno antes del viaje en el que irían a recoger a su padre Jacob, y a toda la familia la trasladarían a Egipto para comenzar una vida nueva.[1] La ropa que José regaló a sus hermanos era similar a la que él usaba y les serviría para sus nuevas vidas en Egipto. Este vestido nuevo o ropa nueva es muy significativa. Cristo utilizará también la analogía del vestido en la situación no de un viaje sino de una fiesta. La diferencia es que el vestido para el camino es diferente y menos glorioso que el vestido que usaremos en la fiesta que es el paraíso eterno, nuestro destino final.
El vestido nuevo nos ayuda a recordar que aunque somos el mismo de siempre y sin ese vestido quedamos desnudos y quedan expuestas nuestras vergüenzas, algo ha cambiado en nuestra vida. Hemos emprendido un nuevo camino revestidos de algo nuevo. Ese vestido no lo compramos sino fue un regalo de Dios para nosotros. Ese vestido nos asemeja a Dios pero no nos hace iguales a Él. Nos alegramos de estar vestidos así de manera tan extraordinaria y al mismo tiempo mantenemos la humildad de reconocer nuestro origen y situación pasada.
Es un vestido que no queremos manchar con el lodo que se encuentra fuera del camino, aunque por dentro somos lodo. Si tan sólo pudiéramos mantener limpio el vestido viviríamos más felices. Y si por algo, por cansancio o descuido lo manchásemos, entonces pronto abría que limpiarlo para restablecer su limpieza. La forma de limpiar ese vestido en el camino a la felicidad es mediante el sacramento de la reconciliación, la confesión de nuestros pecados.
La confesión puede provocar pena, pero ¿qué ganamos con el vestido de viaje sucio? La mancha puede ensuciar otras partes del vestido. Es mejor quitarse las manchas.
Las manchas en el vestido son parte del camino. No se puede caminar sin manchar el vestido todos los días. Recuerda que Dios creó el camino. El camino es en cierta forma sucio y tenemos necesidad de que Él nos limpie.
Hay manchas pequeñas que se quitan tan sólo pidiendo perdón en oración. Pero cuando nos apartamos del camino y nos metemos al chiquero, esas manchas grandes sólo tu Padre a través del confesor las puede quitar. Déjate limpiar, que tu Padre no quiere que sufras por tus manchas. Además, tu capacidad de amar crece más con cada lavada de tu vestido, porque mucho ama al que mucho se le ha perdonado [2].
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