sábado, 9 de octubre de 2010

#8: Los frutos del camino


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ay caminos que se miden en kilómetros y también hay caminos que se pueden medir en siglos o milenios, pensemos en el camino de la historia de la humanidad.  Desde este punto de vista hay caminos que no pueden ser comenzados y terminados por la misma persona, por ejemplo el recorrido del tercer milenio que está comenzando.  Si el promedio de vida es de ochenta años, tomará varias personas concatenadas en serie para abarcar el tercer milenio.  Este camino nos ayuda a visualizar que existe una interdependencia entre los que caminaron antes que yo y los que caminarán conmigo y los que caminarán después de que yo haya dejado este mundo, de manera que la vida siga.  Bajo esta óptica todos somos potencialmente útiles para continuar la vida espiritual y/o corporal de otras personas humanas.  El camino a la felicidad por tanto, no se recorre aislado de los demás sino en medio de los demás, con los demás y en cierto sentido para los demás.

Mi descendencia, que abarca mis hijos carnales y mis hijos espirituales, forma parte de mi camino a la felicidad en el plan de Dios.  Los hijos carnales son los que nacen de la unión de un hombre y una mujer.  Los hijos espirituales son los que reciben o se acercan a la vida del alma por gracia de Dios a través de la donación de mi tiempo para apoyar tal fin.  Esta descendencia es clave y más adelante le daremos el nombre que usaba Jesucristo, de frutos.  Los frutos que debo de pagar a cambio de la felicidad plena son mi descendencia.  Esto no me debe de angustiar porque Dios es el jardinero y el provee todo para que yo dé fruto, todo lo que tengo que hacer es cumplir su voluntad y ser humilde, sabiendo que el fruto no es mío sino de Dios.

Por tanto hay que dejar a un lado la tristeza y salir al camino a buscar esta descendencia.  Dice la Escritura: Alguien informó a Tamar de que su suegro iba camino de Timna, para la esquila de su rebaño. Ella entonces se sacó sus ropas de viuda, se cubrió con un velo, y con el velo puesto fue a sentarse a la entrada de Enain, que está en el camino a Timna, pues veía que Sela era ya mayor,  y todavía no la había hecho su mujer.[1] Sabemos también por la Escritura que Tamar es antepasada de Jesucristo por lo que su esfuerzo fue bendecido por Dios en su descendencia.

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