Hay viajes que emprendemos solos, a lo mejor por motivos de trabajo. Otros viajes los hacemos en familia, como los viajes de placer y las vacaciones en familia. El camino a la felicidad es un viaje en familia, porque qué triste destino si no está tu familia contigo para gozar de Dios contigo, qué dolor pensar que no estarán contigo por toda la eternidad.
Si Dios te llama, a la primera que debes de llevar contigo por el camino de la felicidad es a tu familia. Ten mucho tacto y paciencia si tu familia no te sigue inmediatamente, piensa en lo que Dios tuvo que esperar para que tú te animaras a caminar. Es mejor compartir tus experiencias de cada día por el camino de la felicidad, que ponerte a discutir con los que no quieren emprender ese camino.
En las Sagradas Escrituras, Moisés se lleva a Séfora, su esposa, y a sus hijos a Egipto y en el camino se encuentra con su hermano y todos viajan juntos a donde Dios ordenó.[1] Moisés pudo haber dicho quédense aquí. Su esposa pudo haber renegado argumentando que perdería su trabajo. El hecho es que Moisés subió a su familia en un burro y se los llevó por el mismo camino que él debía recorrer para cumplir con el plan de Dios.
La presencia del burro es este pasaje es significativa. El burro aparece en varios relatos de la Biblia en los que se quiere describir a un grupo pequeño o a una colectividad grande de personas unidas por el mismo deseo de acercarse a Dios y de seguirlo según sus planes.
Puedes pensar estimado amigo, que no estás preparado para convencer a otros personas o que tu familia te conoce desde antes de este nuevo propósito y que no te van a seguir en tu nuevo camino. No te preocupes por eso. Recuerda que Dios se vale de los pequeños y de los descartados para tejer su plan de salvación.
Tampoco te preocupes si en tu casa no eres la cabeza del hogar, a lo mejor tienes del rol de hijo, o en un casa eres el papá pero en otra casa eres el hijo. En las familias muchas veces los hijos son los que enseñan a sus padres el camino a la felicidad. Dios está cerca de los pequeños de una manera especial, ya que Cristo mismo dijo: quien recibe a uno de estos pequeños me recibe a mí.[2]
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