Todo camino ordinario tiene un destino, puede ser un pueblo o una ciudad, y también puede tener puntos de interés intermedios entre el inicio de donde partes y el final. Estos puntos de interés pueden ser pequeños poblados o lugares donde descansar brevemente o reponer combustible o provisiones.
Los caminos tienen rutas alternas para llegar al mismo destino, pero también hay sitios en donde es posible cambiar de dirección y cambiar el destino final. A medida que progresa la infraestructura de un país crece la cantidad de caminos y se abre un abanico de opciones para el viajero.
Los caminos también ofrecen la posibilidad de regresar cuando se ha tomado una decisión equivocada o inconveniente. En el libro del Génesis por ejemplo, nos encontramos con la esclava Agar, huyendo por un camino para escapar de los maltratos de su ama Saray. Un Angel de Dios le sale a su encuentro cerca de una fuente de agua y le pide que regrese porque Dios tiene para ella un plan mejor, que ella sea madre de una descendencia incontable. Los únicos dos requisitos que Dios pide a Agar, y que nos pide a todos nosotros indistintamente, son: obediencia a su voluntad y humildad. Por eso el Angel de Dios le dice a Agar: regresa donde tu señora y ponte a sus órdenes con humildad.[1]
Al principio del camino hacia la felicidad por tanto tenemos que optar por al menos dos caminos diferentes. Un camino que nos lleva a escapar lo más lejos que podamos de la injusticia y del sufrimiento. Otro segundo camino que nos lleva a donde Dios quiere que vayamos.
Parece una contradicción. ¿Por qué va a querer Dios que yo soporte una situación difícil? La respuesta corta es que al igual que para Agar, Dios tiene para cada uno de nosotros un plan más grande y más trascendente, misterioso, maravilloso e inimaginable de realización personal. Dios tiene para ti un plan hacia la plenitud de tu felicidad desde el presente y por toda la eternidad.
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