Hay viajes en los que no se logra aprovechar del todo la estadía por causa de alguna enfermedad que nos mantiene en la cama de la habitación o en la cama de un hospital extranjero. A lo mejor pensabas entrevistarte con varias personas o conocer varios lugares de interés y todo esos planes se ven frustrados por una enfermedad inesperada.
En el camino a la felicidad, la enfermedad es parte del camino. Dios también creó la enfermedad y la hizo parte del camino. Por esta razón la enfermedad no debe de ser causa de angustia. Aún cuando la enfermedad causa dolor y sufrimiento, todo cobra sentido cuando entendemos que seguimos en el camino a la felicidad y a lo mejor ahora hay que avanzar de otra forma externa, aunque por dentro seguimos igual: con obediencia a la voluntad de Dios, humildad, y el vestido limpio.
Una enfermedad grave que nos lleva a la muerte, no nos lleva a dejar de existir sino al encuentro cara a cara con el Padre celestial. Una enfermedad pasajera interrumpe las actividades y nos permite a lo mejor un descanso necesario o un tiempo para rezar sin distracciones. Una enfermedad hereditaria o congénita o incurable se vuelven parte permanente de nuestra vida y nos permite vivir experiencias únicas o poco comunes en donde vamos a sentir el amor de Dios de forma especial. Recordemos a Cristo en su vida pública cómo hizo llegar su mensaje y su consuelo de manera especial a sus apóstoles y a los enfermos incurables.
Visitar a un enfermo es una obra de misericordia corporal que tiene más valor en el camino a la felicidad que visitar a un cliente y lograr una venta, por ejemplo. Claro que el que tiene su corazón en el dinero piensa que no tiene tiempo de visitar enfermos. Recuerda lo que nos enseñó Cristo: no se puede amar a Dios y al dinero.[1] Por lo que te recomiendo que con más avidez acumules buenas obras que cualquier otra cosa.
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