martes, 12 de octubre de 2010

#11: Las provisiones para el camino.


Generalmente antes de salir de viaje preparamos una maleta y cargamos también una canasta o hielera con comida y bebida y llevamos también dinero.  Todo esto para asegurar que no pasemos frío, hambre, sed y que no nos falte un lugar techado donde dormir durante el viaje.  Es común también que nuestros familiares y amigos nos ayuden con dinero o que nos presten un abrigo o que nos aconsejen a dónde ir a fin de que no pasemos peligro o muchas carencias.  Todo lo anterior sucede antes de un viaje. 

En la Sagrada Escritura encontramos en la vida de José, hijo de Jacob, que él procuró estas cosas para sus hermanos en el viaje de regreso hacia la tierra de su padre.  Dice el texto: José mandó llenar de trigo sus bolsas, devolverle a cada uno dentro de su bolsa su dinero, y también que se les diera provisiones para el camino.[1] Lo extraordinario de este hecho es que sus hermanos no merecían estos regalos de parte de José, porque ellos habían vendido a José como esclavo y habían engañado a Jacob su padre para que pensara que había muerto.  José les devolvía bien por mal cuando ellos más lo necesitaban, en tiempos de sequía y de hambruna en la región.  José les mostró misericordia a sus hermanos.

En este relato José es una figura de Cristo, el único que nos puede dar lo que necesitamos para viajar por el camino hacia la felicidad plena.  No merecemos lo que nos da Cristo, sino que por su amor hacia cada uno de nosotros y por sus méritos al morir por nosotros en la cruz, entonces podemos acceder a estas provisiones espirituales para el camino de la vida.  Su cuerpo y su sangre son el verdadero alimento que requiere nuestra alma para caminar por el camino a la felicidad.

José también nos da ejemplo de lo que nosotros podemos hacer por nuestros hermanos, nuestros hijos y por el prójimo.  Ayudar a los demás en lo que necesitan para el camino, desde un vaso de agua hasta una palabra de ánimo y de consuelo, todo será en beneficio de vivir una felicidad más plena, ya desde esta vida temporal y en la vida eterna.  Perdonar y amar al que no se lo merece es reconocerse a uno mismo indigno de tanto amor y del perdón que hemos recibido de Dios, y en gratitud imitar al Padre.

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