Hay viajes en los que suceden cosas muy agradables y totalmente inesperadas. A lo mejor te asignan un lugar en primera clase o te asignan una habitación más grande por el mismo precio. Un lugar puede ser más hermoso de lo que esperabas o puedes conocer ahí a alguien especial que te cambia la vida. Por ejemplo, yo conocí a Martha Idalia, mi esposa, en un viaje.
En el camino a la felicidad te acostumbras a tener bastante libertad y haces tus planes. Un día transcurre como otro y parece que Dios no se ve por ningún lado. De repente Dios sale a tu encuentro. Tu vida cambia, sientes una inyección de fe. Dios nunca te pareció tan real. Dios deja de ser una teoría o una filosofía. Dios es ahora para ti una persona real, una persona muy especial. La persona que contiene en sí misma toda la bondad del universo.
Ahora que ya lo percibes mejor, te enteras que nunca te dejó, que nunca estuvo ausente. Es más, Él sostiene tu vida, cada respiración, cada célula de tu cuerpo, todo existe porque Él así lo desea. Te enteras también que Dios tiene planes para ti. Te pide que te levantes y que hagas algo por Él. ¿Lo harás?
Para cumplir con sus planes es necesario que te mantengas en el camino a la felicidad, porque la parte más importante de su plan es que tú seas plenamente feliz. Los planes de Dios utilizan siempre dos recursos principales: todo el poder de Dios omnipotente y tu disponibilidad. Si tú no quieres no. Si sí quieres prepárate, para que Dios haga contigo cosas extraordinarias que no se limitan a ninguna ley del universo. Sobretodo, Dios te llenará de un amor que parece que no cabe dentro de ti, que sientes que revientas y desbordas. Un amor al prójimo, a ti mismo y a la vida que nunca antes habías sentido con tanta intensidad.
Cuando Dios sale a tu encuentro, nada se compara, ninguna criatura te puede llenar como Él que es el Creador. Entonces mantente en el camino, soporta toda resequedad y espera a Dios que pronto saldrá a tu encuentro.
La manera en la que Dios puede salir a tu encuentro es infinitamente variada. En la Sagrada Escritura Dios sale al encuentro de Moisés en la forma de un arbusto en llamas.[1] El arbusto no se consume y Moisés se acerca hasta el punto en el que le queda claro que se encuentra en presencia de Dios de una forma sensible o palpable como nunca antes.
Moisés sintió miedo al principio, temía morir. Todos podemos al igual que Moisés sentir este miedo ante Dios. Ya que si Dios es mi creador y me crea en cada instante, en el siguiente instante puedo dejar de existir si Él así lo desea y no tengo poder para cambiar esta vulnerabilidad que forma parte de mi naturaleza. Es entendible sentir miedo.
Dios después le explicó a Moisés su plan para él. Moisés iba a liberar al pueblo de Dios de la esclavitud que Egipto les imponía. Moisés sin embargo, no era un general al frente de miles de tropas, era tan sólo un pastor de ovejas en ese momento del encuentro con Dios. Moisés había dejado de ser príncipe de Egipto, y ahora sólo vivía en las montañas cuidando ovejas que ni siquiera eran de su propiedad, eran ovejas de Jetro, su suegro.
Moisés duda del plan de Dios y Dios le enseña su Nombre y le convierte su bastón ordinario en un bastón prodigioso capaz de hacer cosas extraordinarias a fin de que los que escuchen a Moisés crean que ha sido enviado por Dios. Moisés reconoce que no tiene las cualidades de un libertador y Dios le concede que se pueda apoyar en su hermano Aarón para transmitir el mensaje de Dios a su pueblo.
Si bien no todos somos llamados a ser libertadores, es muy probable que los planes que Dios tiene para ti sean superiores a tus cualidades y recursos personales. De manera que el éxito de este plan sea atribuido a Dios solamente, tanto por ti, como por los que conozcan lo que Dios hizo a través de ti. Así podemos cumplir con sus planes y mantenernos en el camino a la felicidad, sometiéndonos a su santa voluntad y con humildad reconociendo al que merece reconocimiento.
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