Todo camino ordinario tiene carriles por los que podemos avanzar y bordes bien definidos de manera que el transeúnte puede mantenerse dentro del camino y estar más seguro de llegar así a su destino. Además de carriles y bordes muchos caminos cuentan con señalamientos, semáforos, acotamientos, paraderos, casetas, indicadores de kilometraje, bardas de contención, por mencionar las principales características, todas ellas como apoyos adicionales para ayudarnos.
En la vida, el camino a la felicidad también cuenta con apoyos; Dios ha querido a lo largo de la historia designar a ciertas personas para que además de seguir su propio camino, también ayuden a otros a mantenerse en el camino correcto. Este es el caso por ejemplo, de Abrahán, del que Dios dice: pues lo he escogido para que ordene a sus hijos y a los de su raza después de él, que guarden el camino de Yavé y vivan según la justicia y haciendo el bien...[1]
En el mundo de hoy contamos con personas prudentes que por medio de la dirección espiritual o la orientación moral nos ayudan a mantenernos en el camino a la felicidad. Si no tienes un director espiritual todavía, busca uno, puede ser un sacerdote, un consagrado o una religiosa. Hay laicos formados para ser orientadores morales que también te pueden ayudar.
Si te encuentras en una circunstancia tal en la que no tienes acceso a un orientador, entonces procura seguir los cuatro consejos que leímos en este segundo pasaje. En primer lugar el orden. Dios quiere que vivamos una vida ordenada. Y ¿cómo podemos intuir lo que significa vivir con orden? Bien, puedes comenzar observando el orden de la naturaleza, el orden de los planetas, el orden de las estaciones, el ciclo natural de cada día y el funcionamiento de tu propio cuerpo.
Comienza tu día con la luz natural y termínalo con la luz natural. Atiende tus necesidades básicas de alimento, higiene y sueño. Trabaja esforzadamente en conseguir lo que tú necesitas y lo que necesitan los que dependen de ti. Evita organizar tu vida con apoyos artificiales como la luz artificial, la comida artificial, y las drogas.
Cuando pienso en una persona ordenada me viene a la mente una persona que se levanta temprano, se acuesta temprano, aprovecha su tiempo, come comida fresca, se mantiene sobrio y busca que todo se aproveche y nada se desperdicie. Una persona que cuida su salud y sus relaciones personales.
El segundo consejo es guardar el camino de Dios. ¿Qué significa esto en el mundo de hoy? Significa vivir en gracia. La vida de gracia es el esfuerzo que hacemos por mantenernos cada día dignos de recibir la Eucaristía. No es sólo eso, es mucho más pero para los fines de este blog basta. La comunión es fuente de vida espiritual y condición prioritaria para llegar a la felicidad plena.
Entonces si no tienes quien te aconseje busca estar en condiciones de poder comulgar y luego ve y comulga. Deja que Dios actúe dentro de ti y te vaya guiando; Él es el mejor orientador.
El tercer consejo es vivir según la justicia. Retomando el primer pasaje reflexionaba contigo estimado lector que a veces vivimos rodeados de gran injusticia. Esta circunstancia no justifica que nosotros podamos regresar mal por mal. En otras palabras si alguien es injusto contigo tú puedas ser injusto con esa persona. Entiendo que de poder sí se puede, pero eso no te lleva a la felicidad.
La reciprocidad que esperas no es gratuita. En otras palabras, si tu quieres que te traten de manera justa primero tú debes ser justo. La justicia no es fácil. Hay que dar a cada quien lo que le corresponde, pues en eso consiste la justicia. Repartir con justicia requiere un esfuerzo de reflexión y también reconocer el valor de las personas más allá de los que simplemente ven tus ojos, me refiero a la dignidad de la persona humana, hija de Dios y hermana tuya. A lo mejor hoy no la conoces pero te acompañará en la eternidad en la misma mesa celebrando con el mismo Papá en común de ambos, Dios. Empieza a tender lazos de unidad desde hoy no te esperes a la otra vida.
El cuarto consejo es hacer el bien. Todos tendemos a acumular. Nos sentimos mejor cuando tenemos mucho de algo, por lo menos al principio, después le perdemos interés y buscamos acumular otra cosa y así sucesivamente. Hacer el bien requiere un cambio de paradigma. En vez de acumular cosas solamente, dedícate también a acumular buenas obras. Hazlo con la misma o mayor ambición con la que acumulas cosas.
Piensa que las buenas obras nadie te las puede quitar. No caducan y no te provocan hastío. Las buenas obras ensanchan tu corazón de manera que cabe dentro de éste más amor. Un corazón lleno de amor es un corazón feliz, un corazón más lleno de amor es un corazón más feliz. El camino a la felicidad no se mide en kilómetros, en todo caso se mide en buenas obras.
¿Y cuáles son las buenas obras? Las buenas obras son las obras de misericordia corporales y espirituales. Hay una lista de éstas en cualquier catecismo. Bien lo interesante para mí, o lo que quiero señalar es la importancia de la palabra misericordia y su relación con las buenas obras.
Resulta que misericordia significa amar al que no es amable. En otras palabras, las buenas obras las puedes hacer con todos, porque todos somos pecadores. No sólo con las buenas personas, sino con todas las personas. La ayuda que das a una persona que te cae mal, que te parece repugnante o que piensas que no se merece tu ayuda, tiene mayor valor, porque es una buena obra desinteresada, que la haces por amor a Dios a quien no puedes ver a través del prójimo, hijo de Dios, al que sí puedes ver. Aunque tu prójimo sea de otra religión en última instancia es hijo en potencia del único Dios y por tanto tu hermano.
No hay cabida para el racismo ni ningún otro odio ideológico. Entre más categorías de personas odies más te limitas a ti mismo para acumular buenas obras y por tanto la felicidad que puedes alcanzar es menor.
Como vez aquí, se puede sacar mucho provecho a unas cuantas líneas de la Sagrada Escritura. Te animo y me animo a seguir con estas reflexiones.
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