martes, 5 de octubre de 2010

#4: Pide a Dios luz para caminar

Cuando cae la noche muchos caminos cuentan con iluminación para compensar por la falta de luz y dar así al viajero la visibilidad suficiente para continuar por su camino. Si no hay luz fija, se puede tener luz portátil ya sea de los faros del automóvil si vas en coche, o de una linterna si vas a pie.  La luz te permite ver a dónde vas, para evitar los accidentes.

El camino a la felicidad no se puede ver con los ojos del cuerpo.  Es necesario contar con otro tipo de luz.  La luz que Dios da a los que se la piden nos ayuda a caminar hacia la felicidad.  Por eso pedimos a Dios: “ilumíname”. 

Por ejemplo en Génesis, el mayordomo de Abrahán hace un viaje.  Antes de empezar el viaje hace una oración diciendo: Yavé, Dios de mi patrón Abrahán, haz que me vaya bien hoy...[1]  y más delante cuando llegó a su  destino nuevamente rezó.  El mismo mayordomo relata lo que hizo: hincándome de rodillas, adoré a Yavé, bendiciendo al Dios de mi patrón Abrahán, que me había conducido por el buen camino.[2] El mayordomo de Abrahán nos enseña a pedir y a dar gracias a Dios para avanzar por nuestro camino.

Rezar es fácil pero muchas veces no lo hacemos porque consideramos esta actividad como pérdida de tiempo.  Todo lo contrario, si quieres avanzar por el camino a la felicidad, la manera más eficiente de hacerlo es orando. 

Hay que orar día y noche.  Si no tienes el hábito de orar te recomiendo que sustituyas en mis palabras el verbo orar por el verbo pedir.  Pedir día y noche.  Orar es mucho más que pedir, pero para el principiante es más fácil entender pedir que adorar, por ejemplo, que adorar es otra forma de orar.  Entonces primero acostúmbrate a pedir y pídele a Dios lo que necesites, pero también pídele que te enseñe a orar.

Para orar puedes utilizar las oraciones que otros han escrito, o también hablar con tus propias palabras.  No es que exista una forma incorrecta de orar, pero tampoco se trata de encontrar la fórmula mágica o la secuencia de palabras que arrancaran de Dios un poder milagroso para que se haga tu voluntad.    La oración no es un conjuro.

Orar es sobre todo un encuentro con Dios.  Antes de que tú pienses o digas la primera palabra de tu oración, Dios ya sabe lo que necesitas, porque te ama y te conoce y sabe de tu situación.  Si quieres pasar de principiante a avanzado en la oración, empieza confiando en el amor de Dios y dedica más tiempo a otras cosas que le puedes decir.  Piensa que todo lo que necesitas Él ya lo sabe, entonces puedes hablarle, por ejemplo, de lo que El ama.  Pídele por todos los demás vivos y difuntos.  Pídele por los que acaban de morir el día de hoy.  Pídele por los que cruzan por tu pensamiento en este momento.

Los que se aman disfrutan de encontrar que tienen cosas en común, ya sea gustos, aficiones o preferencias.  Por eso muéstrale a Dios que amas a sus hijos y a sus criaturas, y en primer lugar que lo amas a Él.

Las actitudes interiores al orar, como las del mayordomo de Abrahán, son de respeto, esperanza, gratitud y sobre todo: afecto.  Compara estas actitudes con las tuyas.  Si te falta alguna pídesela a Dios.  Así de sencillo es orar.  ¡Siente cómo se inflama tu corazón, siente como se serena tu espíritu!

Todo avance real en el camino a la felicidad será fruto de las gracias, dones y bendiciones que Dios derrama sobre los que rezan y no de tu esfuerzo personal. En otras palabras, si no rezas te alejas de encontrar la felicidad.


[1] Gn, 24, 12

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