La siguiente reflexión está basada en el Salmo 139. El Papa Benedicto XVI en su audiencia general del 28 de diciembre del año 2005 explica a detalle y con gran maestría el significado de este salmo. Benedicto XVI enseña que en este salmo podemos contemplar a “Dios omnisciente y omnipotente, Señor del ser y de la historia”
Omnisciente significa que Dios todo lo sabe. Conoce todo lo que ha sucedido y todo lo que sucederá. Dios conoce la naturaleza de todo lo que Él creó y conoce a todas sus creaturas. En Dios no hay olvido ni abandono. Nada está fuera de su conocimiento. Nada sucede que pueda sorprender a Dios o pescarlo desprevenido. Nadie le gana a Dios en astucia. Dios tiene omnisciencia.
Te recomiendo hacer una oración al Espíritu Santo antes de seguir leyendo.
SALMO 139
1 Del maestro de coro. De David. Salmo.
Señor, tú me sondeas y me conoces
2 tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
3 te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares.
4 Antes que la palabra esté en mi lengua,
tú, Señor, la conoces plenamente;
5 me rodeas por detrás y por delante
y tienes puesta tu mano sobre mí;
6 una ciencia tan admirable me sobrepasa:
es tan alta que no puedo alcanzarla.
7 ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?
8 Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente.
9 Si tomara las alas de la aurora
y fuera a habitar en los confines del mar,
10 también allí me llevaría tu mano
y me sostendría tu derecha.
11 Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas
y la luz sea como la noche a mi alrededor!»,
12 las tinieblas no serían oscuras para ti
y la noche será clara como el día.
13 Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
14 te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma
15 y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.
16 Tus ojos ya veían mis acciones,
todas ellas estaban en tu Libro;
mis días estaban escritos y señalados,
antes que uno solo de ellos existiera.
17 ¡Qué difíciles son para mí tus designios!
¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!
18 Si me pongo a contarlos,
son más que la arena;
y si terminara de hacerlo,
aún entonces seguiría a tu lado.
19 ¡Ojalá, Dios mío, hicieras morir a los malvados
y se apartaran de mí los hombres sanguinarios,
20 esos que hablan de ti con perfidia
y en vano se rebelan contra ti!
21 ¿Acaso yo no odio a los que te odian
y aborrezco a los que te desprecian?
22 Yo los detesto implacablemente,
y son para mí verdaderos enemigos.
23 Sondéame, Dios mío, y penetra mi interior;
examíname y conoce los que pienso;
24 observa si estoy en un camino falso
y llévame por el camino eterno.
Puntos de reflexión
Dios me conoce íntimamente.
En oración puedo dirigirme a Dios como confidente, con completa confianza. Cristo nos enseñó a llamarlo Padre (Lc. 11,2). Dios es un Padre amoroso quien desea nuestra felicidad eterna.
Dios tiene un libro con mis memorias.
En ese libro está reflejada la verdad de mi persona sin máscaras, sin hipocresía, todo lo bueno y lo malo. Páginas enteras iluminadas por la gracia y otras páginas oscurecidas por el pecado. Ahí nada se borra. Todo quedará ahí al descubierto para la posteridad. Los santos están muy conscientes de este libro. La belleza de mi libro depende de mí. De mí depende de que mi libro sea drama, tragedia, comedia o motivacional.
La virtud de la religión.
Por eso conviene ligar mi voluntad a la de Dios omnisciente y dejar que Él me guíe afectuosamente al cielo, porque sólo Él conoce el camino seguro y más directo a la felicidad plena que nunca se acaba.
Petición final
María Santísima, Madre del buen consejo, tú que estuviste al pendiente en las bodas de Caná, de lo que podían necesitar los novios (Jn 2,3-5), enséñanos también a nosotros a hacer lo que tu Hijo nos diga. Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, Nuestro Señor y Salvador que reina por los siglos de los siglos.
Que la gracia del Señor Jesús permanezca con todos. Amén. (Apocalipsis, 22,21)