A los ojos de Dios todos somos hermanos, los hijos muy amados de un mismo Padre celestial. Los que formamos la Iglesia somos además parte de su Cuerpo Místico. Dios nos ha dado a cada uno el don de la vida eterna y ha pagado con su propia sangre, para ganarnos a todos para su Reino.
Somos caros para Dios. La niña de sus ojos.
Si yo me doy cuenta de esto, de cuánto vales para Dios, seré incapaz de hacerte daño por temor a herir también a mi Padre. Ahí está la esencia de tu dignidad como persona humana, que Dios te ha amado primero y te ha creado para la eternidad; participas de su sacralidad, en virtud de su Ser que vive en ti.
Jeremías en el capítulo 12 le pregunta a Dios acerca del mal en el mundo y Dios responde como Padre de todos sus hijos. Digamos juntos antes de continuar: “¡Ven Espíritu Santo!”
Puntos de reflexión
1. Dios tiene todas las respuestas
Tú eres demasiado justo, Señor, para que yo te recrimine; sin embargo, quiero tratar contigo una cuestión de justicia. ¿Por qué prospera el camino de los malvados y están en paz todos los traidores? (Jer. 12,1)
Acepta todo lo que la vida te presente como venido de Dios. El te guía con sus manos amorosas por el camino que debes de seguir, incluso a veces a donde tú no quieres ir, pero solo para regalarte mayores gozos. Recuerda que tu prójimo es tu hermano y colabora con Dios en la distribución de sus bondades y sus bendiciones. Esta es la verdadera prosperidad y la paz duradera.
2. Dios se compadece de la víctima y del victimario
Así habla el Señor: A todos mi malos vecinos que tocan la herencia que hice heredar a mi pueblo Israel, yo los voy a arrancar de su suelo, y a la casa de Judá la arrancaré de en medio de ellos. Pero, después de haberlos arrancado, me compadeceré nuevamente de ellos y los haré volver, cada uno a su herencia y cada uno a su país. (Jer. 12, 14-15)
En las películas el malo recibe su merecido y sufre un destino cruel, como si el sufrimiento del malvado justificara al justo. En la realidad, Dios se compadece del bueno y del malvado, pues quiere desbordar sus bondades en ambos, ya que todos son sus hijos. ¿Puede acaso un padre desear la destrucción de su hijo? Practica la compasión y la misericordia a partir del corazón de Dios. Las obras de misericordia: corporales y espirituales son para todos, no solo para los que te hacen el bien, sino sobre todo para los que recibiendo tu bondad pueden redescubrir a Aquel que es toda bondad.
3. Dios quiere que convivamos como hermanos
Y si ellos aprenden los caminos de mi pueblo, jurando por mi Nombre, por la vida del Señor, como ellos enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, entonces serán edificados en medio de mi pueblo. (Jer. 12, 16)
Tú y yo somos co-creadores con Dios de la Creación. A nosotros nos toca crear mejores ámbitos de convivencia fraterna a semejanza del cielo, mediante la enseñanza de las verdades eternas a todos los hombres y mujeres, sobre todo a las nuevas generaciones y a las que nunca han escuchado su Nombre. Construyamos juntos este nuevo paraíso en la roca de la fe y con el mortero del testimonio cristiano que nos mantenga unidos en espera de su Reino.
Petición final
Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, cuánto anhelo terminar esta reflexión para saludarte y rogarte por tus hijos. Mira que muchos hemos olvidado el parentesco espiritual que nos une y otros viven sin saber que les espera la eternidad. ¿No podrás acaso inundarnos de ternura con esas lágrimas que a diario derramas? Ablanda nuestro corazón para que estemos prontos a recibir a tu Hijo, socorrer al huérfano, ayudar al pobre y brindar una alegría al deprimido. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor y Salvador. Amén.
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