viernes, 30 de marzo de 2012

#160: Para conservar la herencia

Por el bautismo recibiste en herencia el Reino de Dios. (Me cuesta trabajo escribir otra oración que le siga y que supere a la primera en verdad y belleza.)  Te animo a conocer el Reino de Dios y a conservarlo para no perderlo, es la herencia más importante de todas.
El Reino de Dios es:
             camino y destino de vida,
             fuente y lugar de gracia,
             felicidad y bendición,
             unión y sentido de la existencia,
             vida y bondad,
             tesoro y salvación para el ser humano.
El Reino de Dios es un bien incalculable para ti y no hay otra realidad más valiosa ni preferible, excepto para los que viven cegados por el pecado.
El pecado es:    
             Desviación y retroceso,
             Sequía y vergüenza,
             Duda y olvido de Dios,
             Ruptura y sin sentido,
             Llanto y súplicas,
             Pérdida de la herencia.
El Reino de Dios es Jesucristo y Él vive en ti que eres templo del Espíritu Santo. Pero, poco a poco, la inclinación al mal va haciendo mella en las murallas del Reino de Dios, hasta que el mal penetra e invade tu vida.  En este punto estás en grave peligro de perder la libertad espiritual y la herencia. 
Para conservar tu herencia:
1.            Es preciso reconocer tu pecado,
2.            conocer en donde está rota la muralla,
3.            expulsar el mal de tu vida,
4.            limpiar el daño que hizo y
5.            reparar la muralla.
Todo esto se logra con el Sacramento de la Reconciliación, mediante la acción de la gracia unida a tu voluntad. En el Evangelio de San Lucas capítulo 5, se acerca un leproso a Jesucristo y le dice: "Señor si quieres, puedes purificarme." Jesucristo lo tocó y dijo: “Lo quiero queda purificado.”  Hay que acercarse al sacramento para conseguir la gracia y sanar.
Conviene repasar los pasos para una buena confesión:
1.            Examen de conciencia
2.            Dolor de los pecados
3.            Propósito de enmienda
4.            Decirle los pecados al confesor
5.            Cumplir la penitencia.
La reflexión de hoy está basada en un pasaje de la Biblia que narra un oráculo del Señor que nos llega a través del profeta Jeremías. La cita es Jeremías 3, 19-25. Te recomiendo que hagas una oración al Espíritu Santo para pedirle su luz, antes de leer más adelante.

Puntos de reflexión
1.  Hemos recibido la herencia de Dios Padre.
Yo me había dicho: ¡Cómo quisiera contarte entre mis hijos y darte una tierra deliciosa, la herencia más hermosa de las naciones! Yo me había dicho: Tú me llamarás «Mi padre», y nunca dejarás de ir detrás de mí. (Jer.3,19)
Dios anhela tenerte como hijo para la eternidad. Su Sagrado Corazón está atento a tus necesidades y quiere apapacharte.  Nada alegra más a Dios que confirmar que tú lo sigues.
2.  El pecado pone en peligro grave la herencia.
En los montes desolados se escucha una voz: son llantos y súplicas de los hijos de Israel, porque han tomado por un camino torcido, se han olvidado del Señor, su Dios. (Jer. 3,21)

¡Qué rápido se pierden los que se salen del camino! ¿Y cómo encontrarán el camino los que nunca lo han recorrido? Dios sale a tu encuentro de una y mil formas, por lo general a través de tu prójimo, pero sobre todo directo a ti a través de la voz de tu conciencia.  Afina el oído de tu corazón para que escuches lo que Dios te pide hoy. No postergues su gracia y su bendición. Dios te ofrece su gracia y tú le puedes responder: “Sí la quiero.”
3.  Dios nos restituirá la herencia si volvemos a Él.
–¡Vuelvan, hijos apóstatas, yo los sanaré de sus apostasías! –Aquí estamos, venimos hacia ti, porque tú eres el Señor, nuestro Dios. (Jer. 3, 22)
Los apóstatas llaman fiesta a una reunión en la que se reparte alcohol y droga, pero la verdadera celebración para el cristiano fiel es la Eucaristía, en la que se reparte el cuerpo y la sangre de Cristo, el pan de los herederos.

Petición final.

Te pedimos María Santísima, Virgen fiel, que por tu intercesión aprendamos a escuchar la voz de la conciencia con docilidad y humildad, a fin de que alertados por las incursiones del mal pongamos pronto remedio mediante las gracias obtenidas de Dios a través de la oración y los sacramentos. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor, en espera de gozar para siempre de su Reino. Amén.


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