lunes, 6 de octubre de 2014

#204: Encontré el rostro de Cristo

Lo más agradable que puedo ver es el rostro de la persona que amo. Contemplando su rostro sólo puedo estar alegre y satisfecho. Cada gesto de su rostro me cautiva como si fuera novedad. Si me da una señal aprobatoria mi corazón se desborda de felicidad.

En un corazón desbordado de felicidad no hay lugar para:
  • la tristeza,
  • la angustia,
  • ni la depresión.


Un corazón desbordado tiene nueva vida, animado por la contemplación del rostro amado.

Quiero sobreponer el rostro amado sobre el rostro de todas las demás personas para contemplarlo feliz todo el día.

Esta reflexión está basada en el Salmo 27.  Los salmos tienen tanta belleza y riqueza, que si tienes tiempo te recomiendo que lo leas por completo.  El Espíritu Santo te acompaña. A continuación te incluyo aquí el salmo que hoy reflexiono.

SALMO 27
1 De David.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré?
2 Cuando se alzaron contra mí los malvados
para devorar mi carne,
fueron ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropezaron y cayeron.
3 Aunque acampe contra mí un ejército,
mi corazón no temerá;
aunque estalle una guerra contra mí,
no perderé la confianza.
4 Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor
todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y contemplar su Templo.
5 Sí, él me cobijará en su Tienda de campaña
en el momento del peligro;
me ocultará al amparo de su Carpa
y me afirmará sobre una roca.
6 Por eso tengo erguida mi cabeza
frente al enemigo que me hostiga;
ofreceré en su Carpa sacrificios jubilosos,
y cantaré himnos al Señor.
7 ¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz,
apiádate de mí y respóndeme!
8 Mi corazón sabe que dijiste:
«Busquen mi rostro».
Yo busco tu rostro, Señor,
9 no lo apartes de mí.
No alejes con ira a tu servidor,
tú, que eres mi ayuda;
no me dejes ni me abandones,
mi Dios y mi salvador.
10 Aunque mi padre y mi madre me abandonen,
el Señor me recibirá.
11 Indícame, Señor, tu camino
y guíame por un sendero llano,
12 No me entregues a la furia de mis adversarios,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
hombres que respiran violencia.
13 Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
14 Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor.

Puntos de reflexión

1. Encontré el rostro de Cristo en mi biografía.

Cuando Cristo predicó por Tierra Santa mucha gente lo vio y lo escuchó una vez. Una vez bastó para transformar el corazón de algunos y hacerlo nuevo, lleno de esperanza. 

Un encuentro con Cristo basta y un encuentro con Cristo es lo que algunos tienen en la vida. Hay que utilizar la memoria para regresar a ese momento de encuentro con Cristo o para regresar al momento más fuerte, agradecerlo y renovar la esperanza.  

Cristo resucitado es el pilar de nuestra esperanza.

2. Encontré el rostro de Cristo en mi prójimo.

Cuando me acerco a servir a Dios descubro que a Él no le falta nada, pero que sus hijos están siempre necesitados.  Entonces volteo a ver a mi prójimo, mi hermano, hijo de Dios, entre más necesitado más predilecto en el corazón de mi Padre celestial.

El rostro de mi prójimo siempre tendrá imperfecciones y otras carencias, pero la cualidad más grande de mi prójimo es el amor que Cristo tiene por esa persona.  El prójimo no está allí para mí, sino que yo estoy aquí para ella y estaré mientras sirva.

El servicio al prójimo da razón de mi existencia ante Dios, Justo Juez y Jardinero, que cuida que todas las plantas de su viña den fruto. Por eso, cada día que comienza para mí, doy gracias a Dios por la nueva oportunidad que me da de servirle.  Esta oportunidad viene a mí por la infinita bondad y misericordia de Dios, y no por mis méritos.

3. Encontré el rostro de Cristo en la Iglesia.

La imagen del apóstol Juan, el discípulo amado, descansando su cabeza en el pecho de Cristo, su Dios, durante la última cena, me viene a la mente cuando pienso en la relación entre Cristo y su Iglesia.  Si pudiera viajar en el tiempo y entrar al Cenáculo buscando a Juan, bastaría con alzar mi mirada para contemplar, cerca de Juan, el rostro de Cristo.

No puedo viajar en el tiempo, pero si me puedo acercar hoy a la Iglesia, y pronto veré el rostro de Cristo, pues la Iglesia  está íntimamente unida a Cristo, como un bebé en el vientre de su madre.

La contemplación del rostro de Cristo es fuente de felicidad, por lo que conviene peregrinar por la vida dentro de la Iglesia y no perderle de nuestra vista.

Petición final


Madre Santísima, tú que viste destemplar el divino rostro de tu Hijo en la cruz con hiel y vinagre, ruega por nosotros, para que nuestra vida sea agua dulce para ofrecerla a Jesucristo en el servicio al prójimo, quien está sediento de consuelo y amor.

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