martes, 18 de junio de 2024

Sobre el diaconado permanente

Diácono significa servidor y esto nos ayuda a recordar que el diácono ha de ser siempre obediente al obispo de su diócesis y servidor de los fieles de la Iglesia Católica.  Servicio y obediencia han de ser los ejes sobre los que desarrolle el diácono su trabajo pastoral.


Jesucristo, Dios hecho hombre, lavando los pies de los apóstoles durante su última cena; Cristo servidor que vino a servir y no a ser servido, es el modelo más perfecto y ejemplo a seguir para todos los diáconos.  A través de la imitación de las virtudes de Jesús, el diácono se irá configurando en otro Cristo para los fieles de su parroquia, a través de la oración diaria de la Liturgia de las Horas y la participación en los sacramentos, pero sobre todo, se distinguirá de otras vocaciones y otros llamados en el servicio.


El diácono nunca será cabeza, siempre será servidor.  Su llamado no es a dirigir, sino asistir a su obispo ahí donde se requiera su servicio.  Su trabajo permite que el obispo tenga más tiempo para enseñar a los feligreses de su diócesis, mientras el diácono se dedica al servicio y a distribuir los bienes que la comunidad tiene en común.


Se le llama diácono permanente al hombre que recibe del obispo el sacramento del Orden en su grado inferior, para ejercer su servicio como diácono, no como un paso transitorio hacia la ordenación de presbítero, sino como condición permanente.  El diácono permanente puede ser un hombre casado de buena reputación en la comunidad que ha demostrado que cumple con los requisitos y las cualidades para ejercer este ministerio como parte del clero de la Iglesia, conservando a la vez su trabajo profesional y sus deberes familiares para con su esposa e hijos.


San Lorenzo de Roma, diácono en tiempos del Papa Sixto II en los inicios de la era cristiana, es santo patrono de los diáconos permanentes.  Este santo nos enseña que los verdaderos tesoros de la Iglesia son los pobres y los enfermos, las viudas y los ancianos, los leprosos y los mutilados, los paralíticos y los ciegos, los huérfanos y los desposeídos. Todos ellos son la prioridad para el diácono en su servicio, recordando la promesa de Jesús que el que sirva aunque sea un vaso de agua fría al menor entre los discípulos, no quedará sin recompensa (ver Mt 10,42).


El diácono no tiene exclusividad en la impartición de ningún sacramento, como por ejemplo sí lo tiene el episcopado para impartir el sacramento del Orden, pero sí puede el diácono impartir el sacramento del Bautismo y puede celebrar para los fieles el Servicio de la Palabra.  El celebrante del sacramento del Matrimonio también puede ser un diácono.


Cuando la Celebración Eucarística es precedida por un sacerdote, el diácono suele tener el rol de lector del Evangelio y convoca a los fieles a ofrecer un saludo de paz, y asiste al celebrante si lo requiere.  El diácono también puede predicar la homilía y presidir otras celebraciones como Horas Santas y exequias. Durante la misa, el diácono usa una dalmática que se distingue de la casulla utilizada por el sacerdote.


Por todo lo expuesto podemos contemplar el gran don que son para la Iglesia las vocaciones suscitadas por el Espíritu Santo al diaconado permanente.  Ya desde el principio de la Iglesia los apóstoles ordenaron diáconos permanentes y hoy en día cada vez se conoce y se valora más el servicio que brindan los diáconos permanentes a los fieles.  Nosotros también en nuestras comunidades podemos orar por las vocaciones al diaconado permanente y hacer la invitación a los hombres casados en una familia estable a que consideren esta vocación delante de Dios.

Sobre la obediencia

Como principio de eficacia apostólica dentro de la labor de la Iglesia, la obediencia ha de ser motivada y alegre. Si hemos de delegar una tarea, acompañaremos esa orden con los motivos que fundamentan la importancia de la labor y su realización pronta y esmerada. Así nuestros subordinados no sólo comprenderán lo que tienen que hacer y cómo lo deben hacer, sino también la importancia esencial de la labor a fin de que la realicen de cara a Dios con iluminada autonomía, sin necesidad de tanta supervisión ni dirección.


Jesucristo nos ordena cuando dice vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos… y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28,20) Así vemos como toda autoridad para dirigir a los laicos está verdaderamente fundamentada en la necesidad de obedecer a Nuestro Señor Jesucristo y colaborar activamente en su plan de edificación de la Iglesia que Él fundó sobre Pedro (ver Mt 16,18).


Y cuando nos toca arrimar el hombro, lo haremos con la alegría de servir a Jesucristo por amor y en inadecuada reciprocidad, apenas un gesto muy pequeño si lo comparamos con la infinidad de bendiciones que de Él hemos recibido, comenzando con: la vida, el bautismo y la fe.  Obedecemos alegremente por la gratitud que sentimos de haber sido llamados a su servicio, sin merecerlo, pues nosotros somos simples servidores (San Lucas 17,10)


La Iglesia es un cuerpo, en verdad es el Cuerpo Místico de Cristo y uno no puede visualizar un cuerpo sano si sus miembros no están en armonía, colaborando para mantenerse en vida, obedeciendo las directrices de su cabeza.  En contraste el cáncer es desobediente, crece de forma desordenada y provoca muerte, así como los agentes externos que invaden y dañan al cuerpo también lo enferman, en ocasiones de gravedad.  


La obediencia de los fieles asegura la continuidad de la protección divina para que el Cuerpo se mantenga en vida por el Espíritu Santo. Por eso Cristo nos exhorta a permanecer en su amor, unidos a  Él en obediente vida sacramental. (ver San Juan 15,1-11)  


La obediencia como toda virtud tiene su recompensa.  Obedezcamos los mandamientos de la ley de Dios, obedezcamos los mandamientos de la Iglesia y sigamos los criterios de vida que nos enseñó Jesucristo, verdadero Dios, en su sermón de la montaña; las bienaventuranzas. Si obedecemos, con el ejemplo de los santos, pronto podremos constatar que Dios no se deja ganar en generosidad y sabe dar ciento por uno a sus amigos (Mt 19,29)


Reconozcamos en este momento a los hombres y mujeres que a través de los siglos han obedecido a Dios y han colaborado con Él en la historia de la salvación, de la que todos los fieles somos parte activa.  Gracias a su obediencia hemos recibido innumerables bendiciones y ahora nos toca obedecer para que las futuras generaciones también hereden los mismos bienes, cada vez más plenos, conforme se va consolidando el Reino de Dios en la sociedad humana.


Contemplemos finalmente a la Sagrada Familia como modelo de obediencia.  El hágase de María, Madre de Dios, en la anunciación.  La obediencia de San José para aceptar a María como esposa encinta con el Hijo de Dios. El reencuentro de San José y Santa María con el Niño Jesús en el templo, separado de sus padres para cumplir con los asuntos de Dios Padre. ¡Qué gran dicha nos ha regalado esta Sagrada Familia a toda la humanidad con su obediencia!


Sobre el servicio

De joven aprendí la siguiente máxima de la Santa Madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir no sirve para vivir.”  Estas palabras nos apuntan en la dirección correcta acerca de la importancia de la servicialidad y cómo debemos modelar nuestra vida y comportamiento para llevar una vida plena y trascendente.


Jesucristo, modelo de vida cristiana por excelencia, nos enseñó que Él no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28)  Los cristianos, discípulos de Cristo que aprendemos de Él no sólo por sus enseñanzas sino también con su ejemplo, hacemos bien en imitarlo en esta virtud, pues en la búsqueda de la perfección cristiana Cristo nos señala que el que quiera ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos (Mc 9,35)  Así vamos con este criterio certero encontrando el mejor uso del tiempo que Dios nos ha regalado.


El servicio cristiano está motivado por el amor a Dios y al prójimo.  Jesucristo añade que lo que hagamos por el más pequeño de nuestros hermanos lo haremos por Él (ver Mt 25,40) o en otras palabras tiene el mismo valor de servirlo a Él, por lo que es importante descubrir a Jesús en nuestro prójimo y manifestar nuestro amor a Dios a través del servicio al prójimo, porque el apóstol San Juan nos cuestiona ¿cómo puedes decir que amas a Dios a quien no ves si no amas a tu prójimo a quien sí ves? (ver 1 Jn 4,20)


Los católicos dedicamos nuestra vida a perfeccionarnos en la caridad, ese amor que se entrega a sí mismo buscando el bien para la humanidad en general y para el prójimo cercano en lo individual.  Así gastamos la vida con este ideal de amor grande y Jesús nos enseñó en la última cena que nadie tiene un amor más grande que aquél que da su vida por su amigos. (Jn 15,13)  Dar la vida, es decir, gastar las horas y los días que tenemos en servicio a la familia y a los demás, sobre todo a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, recordando las palabras de nuestro Maestro, en esto reconocerán que son discípulos míos en el amor que se tengan los unos a los otros (Jn 13,35)


El Papa Francisco nos ha dejado una pauta ya famosa para el trabajo pastoral, y nos exhorta a que los pastores debemos tener olor a oveja, es decir el servicio debe ser cercano a los fieles allá donde se encuentren en necesidad.  Hay que salir de nuestra comodidad y hacer tiempo para nuestros hermanos a fin de que el Dueño nos encuentre a su regreso trabajando y verifique que somos administradores buenos y fieles (ver Mt 24, 44-51)


Observando el servicio que la Santa Madre Teresa de Calcuta hacía por los moribundos un periodista le dijo que él no haría ese trabajo ni por un millón de dólares, a lo que la santa contestó que ella tampoco, que lo hacía por amor a Jesucristo presente en el moribundo.  ¡Qué importante aprender a identificar esta realidad espiritual y tomar la acción acorde a la justicia!


Por último, aprendamos del ejemplo de Nuestra Santísima Madre María, mediadora de todas las gracias, que vive al servicio de la Iglesia repartiendo las gracias que necesitamos en nuestra vida para caminar por el camino de su Hijo Jesucristo.